Que los niños bajen el ritmo después del verano cuesta más de lo que parece.
Te sorprendería cuánto puedes ayudarles con solo sacar sus juegos fuera de la ciudad.
¿Recuerdas a Clara levantándose de su silla de ruedas ante la mirada atónita de Heidi, el abuelo y Niebla?
Lo sé: son dibujos animados. Fantasía pura.
Pero ¿no has sentido nunca esa sensación de renacer, de recobrar fuerzas y a la vez de calma cuando, en una mala racha, has podido respirar aire puro en plena naturaleza?
Es balsámico. Y esto no es ninguna fantasía.
La ciencia ya ha demostrado unas cuantas veces cómo influye todo esto en nuestro estado físico y mental.
Y a los niños les sucede exactamente igual que a nosotros.
Por alguna extraña razón tendemos a pensar que adultos y niños nos regimos por reglas distintas y no es así.
La única diferencia es que nosotros sabemos identificar lo que nos pasa y con ellos nos toca estar atentos, porque aún no lo saben expresar.
Y lo que les sucede después de haber exprimido hasta el último minuto del verano es que necesitan calmarse.
Creemos que hemos descansado en vacaciones. ¿En serio?
Días largos, playas abarrotadas, bullicio… Eso no es exactamente descansar. Se parece más a una sobreestimulación.
Y ahora toca recobrar la calma y liberar ansiedad para ser capaces de concentrarse en todo lo que van a aprender en otoño.
En ese proceso, la naturaleza (que está siempre ahí y es gratis) puede ayudarte mucho más de lo que crees.
Y las ideas que vamos a darte al final de este artículo, también.
Richard Louv: “No debemos cargarlos con más información, sino ponerles en una situación en la que puedan sentir lo que es maravillarse, es así de simple”
Fíjate: yo fui una niña de ciudad y cada vez que mis padres me llevaban al campo sentía una enorme liberación. Hasta el punto de tomar una decisión años después, que algunos no entendieron:
Me fui a vivir al monte. Ni siquiera a un pueblo. Al monte.
Y entonces empecé a sentirme mejor que nunca.
Y ahora veo cómo mis hijos también tienen la vía de escape y la dosis de verdad y de calma que a mi me faltaba antes para mantener el equilibrio.
Vaya: que aquello que le sucedía a Heidi cuando echaba de menos las montañas me suena bastante. Resulta que el cuento es más real de lo que parece.
Gregory Bratman: “Salir a la naturaleza es una forma fácil y casi inmediata de mejorar el estado de ánimo”.
Un día de pic-nic en el campo, una tarde de juegos en el monte, buscar hojas, o pasar un rato observando a vuestro alrededor en un parque cercanos con árboles.
Puede bastar con eso.
La naturaleza calma y a la vez invita a jugar, a investigar y hacerse preguntas, que son la fuente de todo su aprendizaje.
Richard louv: “Es arriesgado criar a las futuras generaciones bajo arresto domiciliario virtual. Hay un riesgo para su salud, tanto física como psicológica”.
¿Te vendrían bien algunas ideas para canalizar un buen rato de juego en plena naturaleza?
En ese caso, allá van unas cuantas:
- Una lupa para pequeños exploradores.
- Una prensa para recoger flores, observarlas y conservarlas.
- Los juguetes de Quut que son igual de divertidos con arena y con tierra.
- El set del perfecto jardinero.
- Cualquier libro sobre flores y plantas que les permita comparar lo que vayan recolectando.
Puedes estar seguro de que también encontrarás su propios juegos naturales aunque vayas con las manos vacías.
Pero me gustaría escucharte:
Estoy totalmente deacuerdo contigo, yo tambien soy hija de ciudad pero tenemos una casita en la montaña donde pasamos los veranos, y la vuelta a la rutina cuesta bastante. Sobretodo echamos de menos la tranquilidad por las noches…y la sensacion de calma…y a los peques les pasa lo mismo…sus juegos son diferentes.
La naturaleza es el mejor ambiente para criar a los niños…